domingo, 21 de septiembre de 2014

ABRIR LA PUERTA A LAS EMOCIONES




Podemos aprender mucho de las emociones si las invitamos a pasar cada vez que llamen a nuestra puerta y las escuchamos. Y podemos ganar mucha paz mental si aprendemos a acompañarlas a la puerta y dejar que se marchen tras haberlas escuchado. Pero nada aprendemos de ellas cuando tratamos de luchar contra ellas o hacer como si no existieran, además del tremendo esfuerzo que supone esta lucha constante contra unos visitantes que van a seguir llamando a tu puerta sin cesar pidiendo a gritos que les escuches.
El modo que tiene una persona de relacionarse con sus emociones se aprende en la infancia. Alrededor de los 4 años ya hemos aprendido a recibir y aceptar ciertas emociones como miedo o ira, o bien hemos aprendido a evitar y tratar de ignorar las emociones que no queremos sentir. Los niños aprenden según cómo respondan ante sus emociones las personas más cercanas a ellos. Por ejemplo, los demás pueden reírse cuando llora, o pueden amenazarle con pegarle, o pueden burlarse cuando ven que tiene miedo. Así, los niños pueden aprender a evitar las emociones, considerarlas peligrosas o pensar que está mal sentirlas. Al aprenderse tan pronto, se acaban convirtiendo en reacciones automáticas, que surgen sin apenas dando cuenta.
Las emociones son muy importantes porque nos ayudan a relacionarnos con los demás, a evitar ciertas cosas o personas o acercarnos a otras. Si no puedes sentir tus emociones y manejarlas adecuadamente, no podrás moverte fácilmente por el complicado mundo de las relaciones interpersonales.
Expresar las emociones supone una parte fundamental de nuestras vidas y nuestras relaciones, tanto con los demás como con nosotros mismos, y las dificultades para identificarlas y expresarlas correctamente pueden crearnos problemas y un alto grado de malestar.

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