Este mudra pertenece al grupo de mudras espirituales
que en tiempos remotos se utilizaban en los templos e iglesias para reforzar la
meditación y la oración.
Une las puntas
del índice, el dedo medio, el anular y el meñique y las almohadillas de las
manos. Los pulgares deben quedar juntos y recorrer el «camino» hasta tocar las
puntas unidas de los meñiques. Por debajo de las puntas de los meñiques se
forma una cavidad vacía a través de la cual brilla la luz. Esta abertura
simboliza la fuerza del corazón por medio de la sabiduría divina. En cada
persona la abertura es distinta.
Este mudra
simboliza el ser interior de una persona, cubierto por el poder corporal, pero
aireado de vez en cuando por la felicidad o el sufrimiento, o dirigido por la
escuela oculta del hombre interior.
Mantén las
manos en esta postura primero ante la frente, y mira sin bizquear, a través de
la obertura todo el tiempo que puedas; luego baja los brazos y mantén el mudra
durante un rato unos centímetros por debajo de la barbilla. Tus manos se
encuentran de forma automática justo en el lugar donde según los antiguos
misterios está el alma, y es por eso por lo que tus manos forman un templo.
Ahora, presta atención a tu respiración. Con cada espiración sopla con
delicadeza: «Huuu» y déjate llevar por la pequeña abertura hacia el infinito,
el gran misterio.
Cuando se
practica este mudra, y más si se hace con las piernas cruzadas en la postura de
meditación, las diferentes partes del cuerpo forman muchos triángulos;
empezando por el pequeño espacio entre los dedos, pasando por la postura de las
manos, los brazos, las piernas y todo el cuerpo. El triángulo es el símbolo de
la divinidad y nuestro cuerpo en esta ocasión lo expresa de forma múltiple. Este
mudra es una oración sin palabras, una meditación silenciosa, una entrega a lo
divino.
Con este mudra
entramos en el reino de lo impalpable, de lo divino.
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